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martes, 2 de septiembre de 2008

LO QUE NADIE HA CONTADO DE LA HISTORIA DE CIUDAD VIEJA



El nueve de Septiembre de 1521, toma posesión de gobernadora de la ciudad de Santiago la Sinventura Doña Beatriz De La Cueva esposa del muy noble Don Pedro de Alvarado, debido al fallecimiento de su esposo.

Intensas lluvias azotaban la ciudad de Santiago el 8 de Septiembre, sin embargo el día sábado los aguaceros no habían sido tan copiosos. Dos horas después de anochecer alrededor de las nueve de la noche se desprende del volcán de agua una correntada.

Desde hacia varios días la lluvia azotaba continuamente en toda la ciudad y eso hacia que los pobladores de Almolonga, afligidos mantuvieran los ojos puestos en el volcán, temiendo que de repente el coloso se desplomara provocando una catástrofe; doña Beatriz, luego de la muerte de su esposo don Pedro de Alvarado había sido nombrada Gobernadora de la ciudad ya que por ser su esposa le correspondía tan alto rango decía ella, pese a que muchos se opusieran.

Entre sus cualidades ella pensaba que los indios no tenían alma, por lo que los trataba con mucho desprecio, los españoles y ladinos creían lo mismo, y eso que muchos años antes algunos sacerdotes se habían opuesto a que no se pesara así de los pobladores conquistados, lo mismo les daba, el indio era para el servicio y allí moría cualquier reflexión sobre un mejor trato a los conquistados.

A la hora de enterarse doña Beatriz de la Cueva que su esposo había muerto, pide se pinte de color negro todas las fachadas de las casas de la ciudad, incluyendo el palacio de de doña Beatriz de la cueva. Los pobladores renegaron pero a sabiendas de la mano dura de la gobernadora, aceptaron esa idea que más bien parecía una locura de quien ahora mandaba en santiago.

La lluvia continuaba acompañada de los tremendos rayos que eran como si estuvieran reclamando algo. Mariano el joven heredero de Martín Portocarrero, familiar de uno de los soldados que vino con Colon en su primer viaje, reunió a un grupo de jóvenes para tratar de que se estuviera en alerta en caso de que se diera alguna fatalidad en los pobladores. El Obispo Francisco Marroquín estuvo de acuerdo en que se pusieran centinelas para anunciar cualquier eventualidad y desastre en la ciudad.
No es de preocuparse dijo Doña Beatriz, esta tormenta ya se tiene que calmar, para qué andar asustando a la gente con que se puede dar una calamidad por la lluvia.
Con todo respeto de mi señora gobernadora, creo que tenemos que tener precaución porque hace dos días que no ha dejado de llover, le contesto el Obispo Marroquín.

Doña Beatriz dio por concluida la reunión a la que dijo, no era emergente, “mas creo que están asustados”. Y se retiro a su palacio, dejando a su paso aquella fama de que hasta el viento le tenía miedo.
Los pobladores temían que se trataba de algún castigo por la crueldad de la Gobernadora, que resulto siendo más estricta que el adelantado que por haber mandado a pintar de negro las fachadas de las casas tenían molesto a Dios.
Los indios, que no tenían voz ni voto en Santiago, cuchicheaban entre ellos que estaban muy molestos por el trato que les estaba dando la Gobernadora, y Hunapu (que así llamaban al volcán), estaba siendo utilizado como moustro de la naturaleza para castigar a los españoles que eran los mas violentos contra el pueblo de indios.
Pero no todos los españoles eran de gran proceder. La familia de don Martín Portocarrero trataba con mucha consideración a sus empleados “Es un modelo que debéis imitar decía el Obispo Marroquín ante la mirada indiferente que hacían los venidos de España.
Santiago había sido levantada en un bello paraje escogido por los fundadores. Estaba en las faldas del volcán y cuando llovía desde lo más alto Hunapu vertía el agua, lo que dejaba a la Ciudad muy limpia en sus calles. El clima era muy agradable y fresco, lo cual era favorable para la salud.
Santiago al principio se erigió con paredes de adobe o bajareque y techos de paja, pero luego se empezaron a construir los edificios. Poco a poco fueron llegando más vecinos los cuales llevaban indios de repartimiento para la construcción de casas, y fueron prestados también para servir en los edificios que se estaban construyendo en la ciudad.
Quien no acataba las leyes de prestar sus indios para la gobernación podía perder su predio y a los indios que tenía a su servicio.
Don Pedro de Alvarado, hombre de temer entre los pobladores, se había dado desde un principio a la tarea de que la ciudad de Santiago se tenia que construir lo mas antes posible con bellos edificios, para ello contaban con el poder que ejercía sobre los ciudadanos y utilizaba a los indios a los cuales miraba con mucho desprecio, para la realización de sus ideales.
Santiago era una ciudad muy bella, quienes la visitaban quedaban muy impresionados de su estructura física y del lugar donde se encontraba ubicada.

Ahora que doña Beatriz había sido elegida gobernadora en acta que decía. En la Ciudad de Santiago de la provincia de Guatemala, viernes en nueve días del mes de septiembre año del señor de mil y quinientos y cuarenta y un año, hacia referencia a su nombramiento y con ello, pasaba a ocupar el puesto que era envidia de todos los que esperaban ser elegidos y que pese a refunfuñar tenia que aceptar a dicha dama como su virtual jefe.
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La lluvia continuaba doña Beatriz se reunía con el cabildo que asistía abandonar la ciudad y trasladarse a otros parajes cercanos para proteger a las persona. Ella por su parte asistía que era de esperar y que resultaba imposible abandonar la ciudad.
Ante la insistencia de sus subalternos se levanto muy molesta y dijo: ¡de la ciudad no sale nadie! y se retiro a su palacio muy molesta acompañada de sus 12 doncellas.

Al siguiente día se levanto muy temprano para verificar si las lluvias ya habían cesado cuando de pronto con voz fuerte pregunto: y esos indios porque corren, es que tienen miedo de la tormenta, expreso entre dientes el mayordomo y es más, dicen que el volcán va a reventar y va a destruir la ciudad. Y porque hasta ahora me lo dais a conocer le dijo al momento que le tiraba una mirada llena de rencor, perdón señora esto lo andaban diciendo los indios desde que empezó a llover fuerte, se lo hicieron saber al Obispo Marroquín. Pero quien manda aquí soy yo, no el señor Obispo. Vosotros detened a ese grupo de indios que ya verán lo que les espera por andar diciendo mentiras y en cuanto a vos, tendrás tu castigo por no hacérmelo saber.

El mayordomo se asusto tan enormemente que se desmayo, todos sabían de la crueldad de la Sinventura, doña Leonor hija de don Pedro no estaba de acuerdo con la crueldad de la Sinventura, pero dado al carácter que ahora mantenía la actual Gobernadora no le decía nada, mucho menos reclamarle.
Los indios fueron colgados de los brazos en plena calle enfrente de la plaza para evitar que siguieran murmurando sobre una catástrofe. Fueron doce en total los castigados cruelmente bajo la lluvia, fue inútil la protesta del Obispo Francisco Marroquín, doña Beatriz no accedió a dejarlos libres.

Que crueldad os asume respetable señora, esto que hacéis contra los indios no tiene perdón de Dios, -CALLAOS- Señor Obispo esa es la manera que lo hubiera hecho también don Pedro.

Doña Beatriz siempre había estado enamorada del Adelantado desde que era novio de su difunta hermana. El era el ideal de un hombre poderoso como ella le gustaba. Don Pedro desde que conquisto Guatemala era muy famoso en España y lugares circunvecinos, tenia fama de saber gobernar, pero la realidad, él era muy cruel con los indios, durante la conquista había quemado poblaciones enteras matando hombres, mujeres y niños. Su inmisericordia llego a oídos de los reyes por lo que tuvo grandes problemas con la corona española.

Esa noche la lluvia se intensifico, ya entrando al anochecer se escucharon grandes retumbos como si algo viniera bajando del volcán, se escuchaban tan fuertes que todos se despertaron por la tremenda bulla que se estaba escuchando. Cuando menos lo sintieron piedras, árboles y lodo eran arrastrados por una corriente de agua que inundó la ciudad.
Los gritos que daban los pobladores españoles, mestizos e indios, se fueron apagando. Poco a poco. Doña Beatriz corrió para lo más alto de su palacio, pero fue alcanzada en el atrio de su capilla personal por la inundación y falleció por un golpe que se dio contra una pared. Quedando soterrada debajo de lodo, piedra y palos.
Al otro día el Obispo, doña Leonor de Alvarado y muchos mas que se salvaron empezaron a sacar los cuerpos de aquellos que habían sido soterrados. La lluvia fue mermando poco a poco, hasta que desapareció dejando una gran secuela de muertos.
Llama la atención la actitud enérgica y conciliadora demostrada por el señor Marroquín el día de la espantosa catástrofe de la ciudad el 11 de septiembre de 1541 ante las absurdas pretensiones del pueblo que deseaba fuese arrojado a un muladar el cuerpo de doña Beatriz de la Cueva, atribuyéndole las desgracias, a sus blasfemias al saber la muerte de su esposo.
El magnánimo varón supo calmar la actitud del pueblo, lo que no había logrado ninguno en aquellos momentos trágicos y de dolor. Narra un documento antiguo que el vecindario aglomerado frente a la catedral prorrumpía en gritos y lastimeros llantos por la muerte de sus parientes y amigos.
Después de los oficios fúnebres y de los enterramientos de las victimas dispuso el obispo, esa misma mañana (la del 11) saliese una procesión; hombres, mujeres y niños llevaron grandes piedras y cruces de madera verde y pesada sobre los hombres, en señal de penitencia; y al terminar el acto el prelado dirigió frases de consuelo a los vecinos sobrevivientes.
Durante la noche de la catástrofe y de los días que de siguieron a esta, en medio de la general consternación, el Señor Obispo demostró valor y serenidad a todos los habitantes. De los tristísimos acontecimientos de la catástrofe se desconocen nueve descripciones, inclusive la del obispo Marroquín y la del escribano Juan Rodríguez, estas dos ultimas de testigos presénciales. No obstante los documentos aludidos, nuestros escritores incurren frecuentemente en inexactitudes consignando en sus obras fechas equivocadamente. La ranura sobre el volcán de Agua tendría varias millas de longitud, con una anchura de setenta a ochenta metros y una profundidad aproximada a los treinta.
Afirma la “Recordación Florida” (libro primero Pág. 174) que después de la catástrofe se dio sepultura a los cuerpos, de doña Beatriz en la Catedral; luego a las de sus damas en las otras iglesias, que después las juntaron todas en un sepulcro que es en el convento de San Francisco, de aquella Ciudad Vieja, donde hoy lo testifica, aunque se lee con dificultad una inscripción que esta al lado del evangelio cerca de la tribuna que dice:
“Aquí yace la señora doña Juana de Arteaga, natural de Vaeza, en los reinos de Castilla, y “doce” señoras sus compañeras, las cuales todas juntas perecieron, en compañía de la muy ilustre doña Beatriz de la Cueva, en el año de 1541. Fueron trasladados sus huesos a esta santa iglesia el año del señor de 1580”

En la ciudad desde un principio se sufrió de muchas calamidades que casi la dejan en la desgracia, en el año de 1532 consterno a los habitantes de esta ciudad un fiero León, de extraordinaria magnitud, bajando del Volcán de Agua, este hacía gran daño a los rebaños. En cabildo de febrero de dicho año, se ofreció un premio de 25 pesos en oro de minas, o 100 franegas de maíz, a quien lo matase, mas no pudieron matarlo aun habiendo salido a casería toda la ciudad con el Adelantado, finalmente lo mato el llamado Yegüero y en cabildo 30 de julio se le mando dar el premio ofrecido.

En el año de 1536, por el mes de febrero, hubo un gran incendio en la ciudad, que como toda estaba cubierta de paja, causó mucho cuidado a sus moradores y aunque se logro apagarlo, para evitar que sucediese semejante desgracia en otra ocasión, en cabildo de 4 de marzo, se mando que se sacasen fuera de la ciudad todas las fraguas, ya que una de ellas había empezado el incendio

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